sábado, 16 de octubre de 2010

4ª parte: Después de la tormenta siempre llega la calma.


La semana fue pasando hasta que llegó el viernes y empecé a planear mi fin de semana. No tenía muchas ganas de salir, así que no hice gran cosa hasta el domingo. Toda la semana había estado pensando (entre otras cosas) volver al descampado. Por otro lado, pensaba en que no quería caer en la rutina de hacer lo mismo...pero por otro sentía la curiosidad por descubrir si el chico estaría allí o ya habría encontrado lo que realmente buscaba (en caso de que todo aquello hubiese sido verdad).

El Sábado se me hizo eterno pero por fin llegó el Domingo. Nunca había tenido tantas ganas de que ese día de la semana llegase la verdad. Así que espere con ansia a que fuesen las seis de la tarde, coger mi bici y ponerme en marcha de nuevo en busca de un nuevo “peculiar Domingo. Eran las seis menos diez cuando decidí salir de casa pues no podía aguantar más. Fui al trastero a recoger mi bici, me subí en ella y me puse a pedalear tan rápido como mis piernas me lo permitían. Tenía muchísimas ganas de llegar al descampado pero esta vez sin que tuviese ningún rasguño ni percance por el camino.

Llegué al cabo de un rato, me bajé de la bici y me dirigí hacia el banco de la estación. Cual fue mi sorpresa al llegar y ver que no había nadie…ni una triste señal de que hubiese estado ese día. Me resultaba muy extraño pues a pesar de todo creía que no habían sido cosas mías y que realmente todo fue real (o eso quería pensar). Pero no me iba a dar por vencida así como así. A lo mejor al chico le había surgido algo y no había podido ir todavía, pero lo haría…sé que tarde o temprano aparecería. Así que me senté en el banco donde estuvimos la otra vez a esperar. No me importaba si tenía que estar ahí toda la tarde sola pero presentía que tenía que hacerlo.
Fueron pasando los minutos, las horas y ahí no había señal alguna de que fuese a ir alguien. Estaba tan desierto como esperaba encontrármelo el primer día y eso me provocaba una angustia y una desilusión que jamás hubiera imaginado… No podía verme así, mis pocas esperanzas se desvanecían por segundos y ya estaba anocheciendo. Por lo que decidí marcharme y con ello, dejar atrás todo lo que viví o imaginé el pasado domingo. No quería volver a sacar nunca más el tema. Pues nada en tan poco tiempo me había hecho sentirme tan bien y a la vez tan idiota…

Me dirigía hacia mi bici cuando empezó a oírse el ruido de unos truenos que avisaban la fuerte tormenta que se avecina. No me dio tiempo a montarme en la bici cuando comenzó a llover y con fuerza. Por lo que agarré la bici del manillar e iba andando con ella al lado. (Pues en esas circunstancias montarme en ella podría ser peligroso y no estaba de humor para tener ningún accidente por tonto que fuera). Por suerte, escasos metros más allá del descampado había unos soportales donde me refugié, esperando a que la lluvía cesara o al menos no fuera tan violenta.

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