Faros hay muchos pero ninguno ilumina igual que tus ojos oscuros cuando me has de mirar.
Señales de aviso para evitar chocar con tierra firme no me parabas de enviar y yo como buen capitán la maniobra tenía que efectuar.
Un golpe de viento mi dirección cambió y mi navío de su rumbo se desvió.
Quizás fue suerte o quizás fue el azar, pero lo que en tragedia parecía que iba a terminar...a tu orilla me hizo llegar.
Iluminaste los mil pedazos en que me encontraste después de chocar, y con tu dulce hospitalidad un hueco me harías dentro de ti sin importante nada más.
Por las mañanas, cuando dejabas de iluminar a la mar, me reconstruías como si fuera un rompecabezas que estabas a punto de terminar.
Poco a poco fui recuperando fuerzas gracias a esas caricias que son grandes delicias y que sanaban mi corazón como si fueran alcohol.
Entonces pensé que cuando una luz intensa, tu luz, me atravesó por primera vez el corazón y me cegó la razón, supe que había encontrado a mi patrón.
Hasta entonces yo era el capitán de mi barco, marinero de mi navío...que iba navegando sin rumbo hasta que descubrí mi verdadero camino y te hice mío.