Para poder construir la "alegría de vivir" tenemos que amalgamar dos realidades en las que se mueven los seres humanos: el mundo exterior y el mundo interior.
Lo que caracteriza ese universo exterior es la vida cotidiana; las circunstancias, los acontecimientos y las situaciones que pueden formar parte de la rutina diaria o convertirse en hechos relevantes.
También el entorno está fuera de nosotros, y no existe persona que, en mayor o menor medida, no esté influenciada por él. Por eso debemos trabajar con ahínco interiormente para desarrollar una visión más clara, madura y ecuánime que nos permita sustraernos de las presiones exteriores.
El control que podemos ejercer sobre estos sucesos es tan limitado,
Un proverbio oriental dice: "Si no puedo resolver una situación en el exterior, debo resolverla dentro de mí." Y solamente hay una única manera: cambiando la actitud
La mayoría de las veces no sólo no podemos controlar los hechos que están alejados de nuestro círculo de influencia, sino que esos acontecimientos nos dominan o por lo menos tienen una incidencia importante en nuestra manera de vivir. Necesitamos mucho equilibrio para mantener nuestra propia identidad, la serenidad, y una visión diáfana y objetiva del mundo que nos rodea.
Al bienestar accedemos a través de nuestro mundo interior, que es la suma de nuestros pensamientos, emociones, sentimientos y estados de ánimo. Tener alegría o no va a depender de la suma de todos esos parámetros y de la permeabilidad que cada uno tenga frente a los sucesos exteriores y a nuestra propia historia psicológica, gestada a lo largo de los años.
La sensibilidad frente a los acontecimientos externos a nuestra persona tiñe de un color muy particular la manera de vibrar ante la vida(...)
El lado profundo de la vida.
(Walter Dresel)
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